sábado, 30 de julio de 2022

Fascismo

Fascismo / Nazismo / Fascismo clerical

Ideología de extrema derecha, antidemocrática y violenta, que lleva al extremo el nacionalismo y la concepción organicista de pueblo (volk) y Estado, y propone entregar el poder sin límites a un líder carismático (DuceFührer, Caudillo, Poglavnik...) Se presenta como movimiento apolítico, es decir, como negación de la política planteada como espacio público o sociedad civil  (por tanto, negando la concepción de la política del liberalismo político); también niega los conceptos de sociedad dividida en clases (es decir, negando la concepción de la sociedad del socialismo -y del conservadurismo-) y de economía como mercado libre de agentes que persigan su interés individual (es decir, negando la concepción de la economía del liberalismo económico).

Históricamente apareció en la Europa de Entreguerras (1918-1939) como una respuesta de "miedo a la libertad" (expresión acuñada por Erich Fromm) especialmente entre las clases medias, temerosas de la posibilidad de una revolución comunista; aunque sus organizaciones y líderes surgieron como escisiones del movimiento obrero. El primer ejemplo de movimiento político y régimen fascista es la Italia de Mussolini, que llegó al poder a partir de la Marcha Sobre Roma (1922). Le siguieron la Alemania de Hitler (1933), con la denominación de "nacional-socialismo" o "nazismo", y la España de Franco (Guerra Civil 1936-1939); con las denominación "nacional-sindicalismo" o "falangismo". Previamente y durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) aparecieron en cada país movimientos filo-fascistas o filo-nazis con distintas características, que en el caso de los paises aliados del Eje u ocupados por Alemania formaron regímenes "colaboracionistas" (Francia de Vichy, rexismo belga, ustacha croata, Cruz Flechada húngara, Nasjonal Samling noruego).

El uso peyorativo del término "fascista" fue simultáneo a su aparición en la Italia de los años veinte (la izquierda lo aplicaba a cualquier clase de derecha, fuera conservadora o liberal, y los comunistas lo aplicaban de forma extensiva a cualquiera, por ejemplo a los socialistas -que llamaban "social-fascistas"-), y su demonización (así como su carácter ultra-nacionalista) produjo cierta resistencia a la adopción por parte de los fascismos nacionales distintos del italiano. La adopción del término no solía hacerse sin resistencia, y muy a menudo como reacción a acusaciones previas; un ejemplo claro es el último discurso de Calvo Sotelo (un ultra-conservador) en las Cortes (16 de junio de 1936): "si ser.... [tal, tal y tal]... es ser fascista, entonces soy fascista":
Frente a ese Estado estéril, yo levanto el concepto del Estado integrador, que administre la justicia económica y que pueda decir con plena autoridad: no más huelgas, no más lock outs, no más intereses usurarios, no más fórmulas financieras de capitalismo abusivo, no más salarios de hambre, no más salarios políticos no ganados con un rendimiento afortunado, no más libertad anárquica, no más destrucción criminal contra la producción, que la producción nacional está por encima de todas las clases, de todos los partidos y de todos los intereses. (Aplausos). A este estado le llaman muchos Estado Fascista, pues si ese es el Estado Fascista, yo, que participo de la idea de ese estado, yo, que creo en él, me declaro fascista. (Rumores y exclamaciones. Un diputado: ¡Vaya una novedad!).

En otros casos, la conciencia de ser fascista era explicitada sin problemas (Giménez Caballero). El abuso en la utilización peyorativa del término "fascista", y la consecuencia de tal generalización (la banalización), fueron señalados por George Orwell en los años cuarenta. En la actualidad parece estarse renovando el interés ideológico en la calificación como fascismo del "neoconservadurismo" y del "neoliberalismo" por parte de los ámbitos autodenominados como "antifascistas":

Desde los años 90, analistas como Boaventura de Sousa Santos vienen denunciando la presencia creciente de un nuevo tipo de fascismo a consecuencia de la ofensiva neoliberal. Consiste en “una serie de procesos sociales a través de los que grandes segmentos de la población son expulsados o mantenidos irreversiblemente fuera de cualquier tipo de contrato social”. A diferencia del fascismo político de 1930 y 1940, el fascismo social no implanta un régimen de partido único que sacrifica la democracia representativa. Más bien se apropia de ella (e incluso la promueve) para chantajearla, comprarla, vaciarla de contenido y subordinarla a los dictados del capitalismo. Hablar metafóricamente de fascismo no es exagerado. Vivimos en “democracias” que, en lugar de construirse sobre la igualdad y legitimidad, lo hacen a costa de la igualdad y la legitimidad. En el contexto actual de radicalización neoliberal, el contrato social y democrático está roto. La democracia representativa funciona en una parte significativa del mundo como cadena de transmisión de valores antisociales (corrupción, elitismo, pobreza, represión, violencia, precariedad de lo público, entre otros) difundidos mediantes formas autoritarias y excluyentes de relación que cada vez afectan a más sectores de la población y se extienden a más ámbitos de la vida. El genocidio social que Europa vive es testigo de ello: gente que se suicida, gente que pierde sus casas, gente que pasa hambre, gente excluida de la sanidad, etc. El fascismo es la transformación deliberada de vidas humanas en material desechable. El neoliberalismo, en este sentido, es una forma de fascismo cuyo fin es deshumanizar, oprimir e incluso, como dice Pere Casaldàliga, “asesinar o hacer desaparecer” a sus víctimas y adversarios. (Antoni Aguilló, Fascismo electoral: la “democracia” que no se atreve a decir su nombrePúblico, 1 de marzo de 2014).

Curiosamente, la definición de fascismo que se hace (destacada en negrita) es tan genérica que puede ser equiparable a la que hace el cristianismo de "pecado" (particularmente, los pro-vida de "aborto", pero extensible a cualquier negación de la "trascendencia" por el "materialismo"), a la que hace el marxismo de "plusvalía" o la que hace Hannah Arendt de "totalitarismo".

Leonardo Sciascia
 https://elpais.com/diario/1988/01/31/opinion/570582012_850215.html

Huey Long y Sinclair Lewis, en los años treinta, ya anticiparon de distinta forma que el verdadero fascismo en los Estados Unidos paradójicamente adoptaría la forma de “anti-fascismo” (hoy se podría generalizar tal curioso fenómeno para todas las sociedades occidentales). Manuel pastor https://lacritica.eu/movil/noticia/617/manuel-pastor/los-populismos-y-el-ur-fascismo-umberto-eco.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Fascismo
https://es.wikipedia.org/wiki/Fascista_(adjetivo)
¿Qué es el fascismo y en qué se diferencia de la extrema derecha? BBC News Mundo 25 abril 2019
100 años del nacimiento del fascismo: "Hoy el peligro es que la democracia puede convertirse en una forma de represión con el consentimiento popular" . Entrevista a Emilio Gentile, BBC, 23 de marzo de 2019

La diferencia entre el fascismo italiano y los demás fascismos puede ser muy evidente, pero desde una identidad común. El nazismo alemán puede entenderse como un totalitarismo centrado en la raza (o el pueblo Volk, o "la sangre y la tierra"), mientras que el fascismo italiano lo estaba en el Estado. También en características idiosincráticas ("el nazismo es cuestión de fe, el fascismo es cuestión de cinismo", oí en una conferencia que citaba a un intelectual italiano de los años treinta o cuarenta que debía explicar esa diferencia a intelectuales españoles). El fascismo español se ha calificado de "fascismo clerical", por la identificación con el catolicismo, mientras que el italiano o el alemán se distancian de la retórica religiosa.

Roger Griffin: "La extrema derecha es hoy más peligrosa que el fascismo porque juega con las reglas del sistema" - El historiador y experto en fascismo diferencia entre los partidos ultra nacionalistas y los fascistas: "los primeros son una infección degenerativa para la democracia y los segundos directamente un ataque al corazón" (El Periódico de España, 29 de octubre de 2023) [ver extenso en Espectro político]


In Paxton’s 2004 book The Anatomy of Fascism, he identified a willingness to summon up the violence of the streets to intimidate and if necessary overpower established institutions as a defining characteristic. It is what distinguishes fascism from other kinds of authoritarianism. Illiberal authoritarians invariably want to control government institutions but they aim to do so from the inside by bending them to their will. They are wary of conjuring up an independent source of power in violent paramilitaries and other kinds of street politics. True fascists such as Mussolini and Hitler have no such compunction. Their political authority was built on establishing parallel party structures – from the Blackshirts to the SS – willing to bypass the institutions of the state whenever necessary and answerable to the leader personally. It is what marked them out from other dictators of the period. Stalin in the Soviet Union simply replaced state institutions with their Bolshevik equivalents, which monopolised all political coercion. Franco in Spain worked with existing state institutions – and the Catholic church – to keep a lid on political chaos. Hitler and Mussolini called up the chaos of untamed violence when it suited them.
...
Calling a 21st-century politician a fascist is so damning – so much worse than any other label – because actual fascist regimes are very rare. One reason for that is none of them ever lasted. They were catastrophic failures – catastrophes not only for their friends and enemies but for the wider world – undone by their own appetite for relentless crisis and confrontation. Fascism was a product of a period of acute difficulty for western democracies. It arose in the aftermath of a world war, in the ruins of defeat, in places with weak democratic systems, in nations populated by very large numbers of angry young men (many of them traumatised by their experience of war), in a time of high unemployment, in the face of global economic collapse and in the shadow of Bolshevism. None of that is true of the US today. Making sense of the phenomenon of Trumpism means looking at a different set of circumstances – an ageing population, a social media revolution, de-industrialisation, educational divisions, increased competition from China, a backlash against feminism and growing resentment about illegal immigration. That is more than enough to destabilise US politics. But it is not the breeding ground for fascism.

Still fascism could return. The 21st century has a long way to run and a combination of climate crisis, mass migration and technological upheaval, plus the possibility of bigger, nastier wars, may well create the conditions for a new version of the politics of permanent crisis, violently confrontational, racially motivated and catastrophic for everyone. Fixating on Trump as a symptom of this kind of politics is a mistake. Defeating him in November does nothing to guarantee the defeat of 21st-century fascism, because that depends on how governments around the world handle the crises to come. The more that goes wrong, the more fascism will find its footing again. But a victory for Trump could nevertheless be a cause of 21st-century fascism. Not because he is a fascist, but because he doesn’t know how to govern and good government is the only guarantee against the worst form of politics returning. Trump is not and never has been a genuine exponent of fascism. In the end, he is too much of a cynical asshole. But for that reason he could yet be one of its enablers.



Véase Fascismo español, Espectro político, Nacionalismo, Totalitarismo

No hay comentarios:

Publicar un comentario