domingo, 15 de noviembre de 2020

Pues el pecado mayor del hombre es...

 ... haber nacido (Calderón de la Barca, soliloquio de Segismundo en La vida es sueño -en Estudio 1, 1967, actor Julio Núñez-)

Nacer ¿nos da dignidad -eso a lo que tenemos derecho por ser quienes somos- o nos impone una identidad -con lo que la que tiene derechos es la comunidad en la que nacemos-?

Nación / Nación española / Nacionalidad / Plurinacionalidad

A pesar de la etimología, que lo emparenta con "nacer", la aparente dimensión biológica de los conceptos de nación o nacionalidad (y el de "nacionalismo" como ideología) es menos importante que la política. Para designar a un grupo identificable, la dimensión sanguínea se expresa mejor con los conceptos "estirpe", "raza" o "casta", las dimensiones culturales con los de "etnia" o "sociedad", mientras que la dimensión territorial se expresa con el concepto geográfico de "país" y con el sentimental de "patria".

Frente al todos esos términos, el de nación es un término político: es decir, de relaciones sociales en torno al poder. La nación es una forma de organizar políticamente a un grupo humano, identificándolo como una unidad diferenciada frente a otras (con las que se mantienen las relaciones internacionales). La existencia o no de homogeneidad interna puede llevar a que se reconozca su "plurinacionalidad". Las constituciones de Bolivia y Ecuador la reconocen desde el indigenismo. La constitución de la federación rusa establece un único pueblo multiétnico o plurinacional. El concepto de "nación de naciones" se ha pretendido aplicar al caso español. El problema es la ambigüedad del concepto, siendo clave si la nación es únicamente un grupo cultural o si es un concepto político, el que se identifica con la ciudadanía, y por tanto soberano.

La lucha entre los poderes universales (Pontificado e Imperio) en la Europa medieval llevó a la decadencia de ambos. Al Concilio de Constanza (1413) acudieron obispos que se reunieron por "naciones" (inglesa, francesa, alemana, italiana y española), como ya hacían los estudiantes de las universidades (y en la ciudad de Roma las colonias de comerciantes de las distintas partes del Imperio, -véase José Álvarez Junco, El nombre de la cosa-). Los reyes de las monarquías autoritarias y absolutas tenían dos ángeles de la guardia, además del que les tocaba como a cualquier otra persona, el que guardaba a su nación. Las revoluciones liberales identificaron a la nación como el sujeto de la soberanía.

Pero, Pedro ¿tú sabes lo que es una nación? (Patxi López, a Pedro Sánchez, en el debate de las primarias del PSOE, 2017). El de nación es un concepto discutido y discutible (Rodríguez Zapatero, a propósito de la reforma del Estatuto de Cataluña, 2006).

Constitución de 1812: Art. 1. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. / Art. 2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. / Art. 3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales. / Art. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.

L'oubli, et je dirai même l'erreur historique, sont un facteur essentiel de la création d'une nation, et c'est ainsi que le progrès des études historiques est souvent pour la nationalité un danger. (Ernest Renan  Qu'est-ce qu'une nation ?, 1882).

Todo nacionalista vive obsesionado por la creencia de que el pasado puede ser alterado. Pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas suceden como debían haber sucedido (…) y transfiere fragmentos de ese mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que puede ... Si uno alberga en algún lugar de su mente una lealtad o un odio nacionalista, algunos hechos, aun siendo ciertos, le resultan inadmisibles (George Orwell, Notes on nationalism, 1945, citado por Esperanza Aguirre en Los nacionalistas y la historia que añade "este afán por cambiar el pasado (ya los antiguos griegos sabían que los dioses lo podían todo, excepto, precisamente, eso: cambiar el pasado) lo podemos encontrar hasta en los más nimios detalles de todo lo que roza el mundo de fantasía de los nacionalistas").

El Estado crea la nación y no la nación al Estado (Pilsudsky).

Un Estado-nación es un país en el que el Estado crea la identidad nacional común de los ciudadanos, en lugar de consolidar una identidad étnica única ya existente. (Timothy Garton Ash, Lo que está en juego en Ucrania, 22/02/2014)

Para decirlo claro, no hay un acto más creativo que el de crear una nación. (Sean Connery)

https://es.wikipedia.org/wiki/Naci%C3%B3n_espa%C3%B1ola

Las naciones son sistemas de creencias y de adhesión emocional que surten efectos políticos de los que se benefician ciertas élites locales. Y esas élites, bien busquen reforzar un Estado existente o construir uno nuevo, fomentan los sentimientos nacionales. Lo cual no significa que debamos caer en una visión instrumentalista y conspiratoria de este tipo de fenómenos. Que las naciones beneficien a los nacionalistas, como las religiones al clero, no quiere decir que desde el principio una secta malévola haya planeado la seducción de un público incauto. Religiones y naciones son fenómenos mucho más complejos, surgidos originariamente alrededor de profetas iluminados y generosos, capaces de satisfacer necesidades de sus seguidores muy dignas de respeto. El estudio de las identidades nacionales exige, por tanto, partir de la premisa de que estamos tratando de entes construidos históricamente, en constante cambio, perecederos y manipulables al servicio de fines políticos. Lo cual no hace del sujeto nacional una excepción en el mundo de las identidades colectivas. Porque todas las identidades, incluyendo algunas tan arraigadas en datos fisiológicos como las de género, tienen mucho de cultural o construido. Harold Isaacs lo explicó bien en su Ídolos de la tribu (Álvarez Junco, España no es eterna (Dioses útiles), El País, 30/04/2016).

Para una relación más extensa sobre Pueblo, nación y Estado, arículo de Calduch (con amplias citas de diversos autores), y obra colectiva El nombre de la cosa - Debate sobre el término nación y otros conceptos relacionados (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005; José Álvarez Junco -cuya parte lleva ese mismo título-, Justo Beramendi y Ferrán Requejo).

Para el confuso término "nacionalidades" utilizado en la Constitución Española de 1978, Carlos Sánchez “Dios mío, ¿qué es España?”. Una nación de nacionalidades (El Confidencial, 27 de noviembre de 2019), que cita dos artículos en El País, de Marías, que lo remonta a Stuart Mill, y de Josep Benet, que encuentra tradición de uso en Cataluña desde antes.

Enrique Moradiellos, Ideas de nación - La premisa de que la nación es “natural” y anterior al Estado es falsa. La historia ha demostrado hasta qué grado la mística nacional, como divinidad laica, podía generar guerras viles (El País, 14 de enero de 2019)

Véase también Pueblo, Estado, Patria, Soberanía, Internacional, Nacionalismo, Estado-Principio de nacionalidad, Ciudadanía, Autonomía, España

Nación-Estado > Estado

Nacionalidad>Nación

Nacionalismo / Liberación nacional / Irredentismo / Nacionalismo español / Nacionalismos periféricos / Nacionalismo calatán / Catalanismo / Rauxa / Seny / Nacionalismo Vasco / Abertzale / Jeltzale / Nacionalismo gallego / Nacionalismo andaluz / Andalucismo / Nacionalismo canario

Una determinada época de la historia se ha llamado "Era del nacionalismo": la que sigue a las guerras napoleónicas, que encendieron el sentimiento nacional en Europa y América, y se extendió a todo el mundo como consecuencia del colonialismo. El sueño del internacionalismo proletario se dio un doloroso baño de realidad con la Primera Guerra Mundial: los obreros franceses dispararon con pasión a los obreros alemanes y viceversa; pero la tragedia se presentó no como un resultado del nacionalismo, sino de las "cárceles de naciones" (los imperios Austro-Húngaro, Ruso o Turco) que habría que sustituir por Estados-nación salidos del principio de nacionalidad y el derecho de autodeterminación de los pueblos, siguiendo los 14 puntos de Wilson y una serie de referéndums. Los retoques fronterizos entre Francia y Alemania fueron lo de menos; su aplicación a la "macedonia" nacional de Europa oriental fue una de las principales causas de la Segunda Guerra Mundial. Tras ella ya no se pretendió siquiera que los diplomáticos llevaran las fronteras donde estaba la población, sino que se desplazó la población allí donde los tanques pusieron las fronteras: la limpieza étnica. La guerra fría y el tercermundismo dieron soporte "duro" y "blando" a los movimientos de liberación nacional de la segunda mitad del siglo XX. Tras la caída del muro de Berlín se dio una nueva oleada de nacionalismo, paradójicamente mientras se producía el mayor avance de la globalización. No es contradictorio: disminuye el tamaño de los Estados mientras aumenta el de las empresas (Microsoft, Apple, Google, Amazon, Facebook) o incluso de los ricos individuales (Bill Gates, Bezos, Soros -hizo caer la libra, impulsa instituciones "liberales" en Hungría y el Este europeo, provocando el rebote nacionalista conservador-).

Nacionalismo centrífugo y nacionalismo centrípeto. Irredentismo.
Nacionalismo incluyente y nacionalismo excluyente. Patriotismo constitucional.

La nación es un plebiscito cotidiano (Renan).
No es la nación la que hace al Estado, sino el Estado a la nación (Pilsudski).
El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando (Baroja).
No hay nacionalismos buenos o manos, sino leves o graves (Savater).
No todo el que se sabe perteneciente a una nación padece nacionalismo, lo mismo que no todos los que tienen apéndice padecen apendicitis (Julián Marías -[citado aquí por Savater]-).
El nacionalismo es la guerra (Mitterrand).

Tras superar dos consultas soberanistas que pusieron a prueba su cohesión política y social y sus afectos y estabilidad identitarios, muchos quebequeses han acabado por aborrecer ese recurso independentista altamente desestabilizador. Eso ocurre con nacionalismos presentables, tolerantes y respetuosos, que no infunden miedo, que no se permiten reacciones sectarias ni agresivas, que no pretenden homogeneizar cultural y políticamente a los ciudadanos, ni se sienten superiores a sus vecinos. El referendo, la “más bella” expresión de la democracia, a decir de algunos, se cobra su precio social, político y económico, además de aportar una sobredosis de excitación identitaria que puede resultar indigesta.    No es el caso de nuestros nacionalistas catalanes y vascos. Tras décadas de democracia y de un proceso autonómico continuado y no correspondido con lealtad estatal, los independentistas periféricos españoles ansían más que nunca establecer la consulta plebiscitaria soberanista. Da igual que hayan votado ya más de medio centenar de veces desde la instauración de la democracia y que las leyes aprobadas también con el concurso catalán no permitan los referendos independentistas. Es como si hicieran tabla rasa, como si no hubieran votado en su vida ni decidido el curso de la historia de su comunidad y de España. (José Luis Barbería, Los referendos se cobran su factura - Puede que haya llegado el momento de situar a los ciudadanos ante sus responsabilidades, El País, 20/09/2014).

Nacionalismo español (Wikipedia)

Félix Ovejero El nacionalismo sin paradojas

Por mucho que lamente contradecir al joven Solé Tura, el nacionalismo catalán no fue creación de su burguesía. El capitalismo es internacionalista. Le interesa expandir el negocio, derribar barreras aduaneras, crear mercados cada vez más amplios. En el siglo XIX, cuando estaban en boga los nacionalismos expansivos, como el italiano o el alemán, las respectivas burguesías, deseosas de liquidar las mil aduanas que caracterizaban al Antiguo Régimen, los apoyaron. Pero los pequeños nacionalismos secesionistas del XX-XXI no gustan al capitalista genuino. En el caso catalán, el empresariado no siente ningún entusiasmo, sino mucha alarma, ante el actual clima independentista, que podría aislarles del mercado con el que negocian. A las élites político-culturales, en cambio, trocear el mercado les reporta beneficios inmediatos. Tienen intereses en el proyecto nacional, aunque no económicos, sino políticos. Lo que buscan es monopolizar una parcela de poder, eliminar la competencia, ascender a la cumbre del escalafón, aunque este domine un territorio más reducido. Y el empobrecimiento cultural les importa poco. Las sociedades atraídas por los movimientos identitarios tienden a ser tribales, familiares. Son relativamente pequeñas, todos se conocen, todos saben si este es o no de los nuestros, y es difícil infiltrarse o triunfar socialmente si se es foráneo. El nacionalismo se combina mal con el capitalismo y se explica difícilmente en términos de clase, pero, en cambio, se combina y se explica muy bien, como tantas otras pugnas identitarias, en términos de corporativismo y clientelismo. (José Álvarez Junco, Nacionalismo y dinero, El País, 4 de septiembre de 2014).

Josep Maria Colomer esquematizó hace tiempo en un texto que irritó a la tribu convergente (Contra los nacionalismos, Anagrama, Barcelona, 1984), la ideología del “nacionalismo españolista tradicional” con los siguientes caracteres : a) la idea de una España ortodoxa, católica, contrapuesta a una presunta antiEspaña heterodoxa; b) la asimilación de España a Castilla; c) la concepción mística de “lo español” como un ente espiritual que contiene un “sentido de la vida”, y d) la visión de la Hispanidad como una comunión espiritual en unos valores tradicionales, entre ellos la lengua. Todos esos elementos palpitan en la concepción del actual conservadurismo español, y en la secuencia de expresiones anticatalanas que evocamos. Especialmente, el asimilismo castellanista.

Pero hay más. “La reyerta con los nacionalismos de la periferia ha sido elemento importante, en los tres últimos decenios, en la articulación del nacionalismo español, muy por encima, claro, del designio de dar respuesta a eventuales amenazas externas”, constata Carlos Taibo (“Nacionalismo español, esencia, memoria e instituciones”, Catarata, Madrid, 2007).

El franquismo fue “la máxima expresión” del rancio nacionalismo español, como sostenía Colomer. Pero la transición aparcó en buena medida esa visión, por obra y gracia, entre otros, del sector de la derecha que se volvió centrista: los elementos de la ideología perduraban, pero carentes de esa articulación a la que se refiere el profesor Taibo. Fue el retorno de la derecha sin complejos reconciliatorios, bien encarnada por el aznarismo, lo que volvió a enhebrar esos factores, durmientes o hibernados, en ideología operativa. Fue (sobre todo a raíz del nuevo Estatut) y es así como la auténtica antiEspaña autoritaria de casi siempre pugna por deshilvanar la España autonómica de hoy. Enarbolando, entre otras armas, la insidia separadora de la xenofobia hacia los conciudadanos. (Xavier Vidal-Folch, Insidiosa antiEspaña - El desprecio del PP a ‘Siudatans’ y su pisoteo de la lengua catalana recuerdan que el nacionalismo español vive y crece, El País, 14 de marzo de 2015).


,,, se ha producido un fracaso de la vocación histórica del catalanismo de encontrar un encaje en España. La tradición del catalanismo no era independentista sino que pretendía influir en la vida política y económica española. Se produce un cambio en el momento en el que el epicentro del catalanismo se desplaza hacia el soberanismo a consecuencia de la apuesta de CiU. Una de las causas es el desenlace poco feliz del Estatuto, pero también hay factores de orden cultural y lingüístico, e incluso en el ámbito de las infraestructuras. Decisiones que tienen que ver con un modelo radial. Creo que todo esto influye en un imaginario colectivo en el cual el encaje o la conllevancia no tienen cabida. Y también hay un factor económico. Como decía Vicens Vives, Cataluña tenía en su base durante siglos la voluntad de ser la locomotora hispánica. Y hoy en día, por muchos factores no imputables a Cataluña, aunque también es verdad que no ha gestionado bien la crisis, ya no es la locomotora. España es un país avanzado. Ya no es un país depauperado en el cual Cataluña había hecho buenos negocios con los aranceles, la corrupción de la Restauración o durante el franquismo. Actualmente, Cataluña no es una locomotora hispánica y Madrid se ha convertido en una megalópolis peninsular en el que hay residenciado todo el poder político, económico y financiero. Ciertamente, hay factores que no sólo son de carácter histórico y evolutivo, como por ejemplo el déficit fiscal que tanto molesta a mucha gente. Pero la locomotora hispánica ha pasado a ser un vagón más, cualificado eso sí, y además en plena crisis se le exige que llegue puntual a la estación. Es decir, que no tenga déficit, y esto genera un problema. Creo que el desenlace del Estatuto y la situación económica han eclosionado en el paisaje político actual. (Joan Ridao).

De cómo Cataluña se volvió rica y Galicia, pobre - En el siglo XIX los aranceles proteccionistas establecidos por el Gobierno de España permitieron el despegue de la industria catalana, una apuesta que relegó a otras comunidades (Luis Ventoso).

El pleito de Cataluña - Crónica histórica del viaje desde la autonomía regional a la soberanía nacional (Santos Juliá, El País, 2 de noviembre de 2014).

El seny y la rauxa (Javier del Pozo, 24 de septiembre de 2015), El seny y la rauxa (Xavier Moret, 7 de marzo de 2009), Las dos cataluñas (Terenci Moix, 12 de noviembre 1995)

Para entender lo que nos pasa habría que remontarse a 1898. El desastre de Cuba no fue para la economía española ningún desastre, pero sí para los industriales catalanes, que perdieron los mercados antillanos y que los tenían absolutamente copados. Eso provocó los primeros conatos de un incipiente nacionalismo en la burguesía catalana. La Lliga de Cambó ganó las primeras elecciones en 1901, y eso rompió el esquema tradicional de la España de entonces, que se basaba en un partido conservador y otro liberal. Por primera vez la burguesía catalana competía con ellos. Prat de la Riba, el gran ideólogo de la Lliga, es quien dice, de forma increíble, que Cataluña es una nación y España no lo es, lo cual es sorprendente. (Gabriel Tortella, entrevista, 20/03/2016)ii

Francesc de Carreras, ¿Hay que salvar al catalanismo? - Pujol emprendió la vía de lo que se ha llamado “la construcción nacional”, que tenía el significado de que solo se aceptaba el marco constitucional y estatutario como primer paso para crear una nación identitaria. Y así poder reclamar un Estado propio (El País, 18 de agosto de 2018).


Salvador Sostres, «El irlandés» explicado por Cataluña - Cataluña se parece mucho más a «El irlandés» de Scorsese, que al «Lincoln» de Spielberg, porque si en la segunda la corrupción y la violencia son herramientas para conseguir un noble objetivo con la sincera esperanza de crear un mundo mejor (ABC, 13 de diciembre de 2019)

P. ¿Se considera nacionalista español?

R. Como decía Julián Marías, todos tenemos apéndice, pero no es lo mismo tener apéndice que tener apendicitis. El nacionalista tiene una inflamación de la nación. A mí me ha sonado muy nacionalista esa descripción de Europa de que, frente a la inmigración, hay que defender nuestro estilo de vida. No, lo que hay que defender son las leyes de la democracia. El estilo de vida democrático es no tener un estilo de vida obligatorio. El nacionalismo es decir: aquí vivimos así. La única forma de defender la libertad individual es un Estado de derecho y Estados de derecho sin perfil nacional no existen. Frente a los que hablan de naciones sin Estado, a mí lo que me gustaría es un Estado sin nación. Pero eso hoy no puede ser. Los símbolos nacionales de España refuerzan el Estado de derecho y en ese sentido no son desdeñables. (Entrevista a Fernando Savater, 15 de septiembre de 2019)

Nacionalismo banal Michael Billig, 1995. El término "nacionalismo banal" fue acuñado hace 25 años por el científico social Michael Billig en su libro del mismo título, que localizaba en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial el 'boom' de estas expresiones cotidianas de la nación. ...   Eric Storm [La nacionalización de la esfera doméstica en España, 2020]  historiador de la Universidad de Leiden en los Países Bajos especializado en la historia de España de los siglos XIX y XX, para identificar la influencia que detalles cotidianos como la gastronomía tuvieron en el nacimiento del "nacionalismo banal" español. Banal por mundano o cotidiano, una expresión "fría" —frente al calor de las guerras o las revoluciones— que termina produciendo estereotipos nacionales. Como los "coches, productos lácteos, deportes, los toros, las tradiciones folklóricas o el turismo" (Héctor G. Barnés Cómo España inventó su "nacionalismo banal" - Más allá de las revoluciones y las guerras, hay una manifestación cotidiana del nacionalismo. Para el profesor Eric Storm, este nació a finales del siglo XIX y comienzos del XX, El Confidencial, 15/11/2020

Francesc de Carreras, Nacionalismos, en The Objective, 9 de noviembre de 2023:
A veces nos olvidamos del significado de las palabras. Ello sucede, por ejemplo, con el término nacionalismo. 
¡Le nationalisme c’est la guerre!, dijo Mitterrand con grandilocuente ardor. «De una nación u otra, todos somos nacionalistas», dicen muchos. A mi modo de ver, ambos tienen algo de razón, pero no toda. Algunos consideramos, simplemente, que no somos nacionalistas. Veamos las razones de todos, quizás nos pongamos de acuerdo.
Obviamente, la palabra nacionalismo proviene de nación pero ello complica su significado porque, simplificando un poco, hay dos grandes tipos muy diferenciados de nación: el político (y jurídico) francés de fines del siglo XVIII y el identitario (y romántico e histórico) alemán de principios del XIX. Veamos ambos y quizás nos aclaremos un poco porque si hay dos conceptos de nación también hay dos conceptos de nacionalismo. 
En sentido político, la nación es aquel conjunto de personas que residen de forma estable en un territorio y están sometidos al mismo ordenamiento jurídico. Por tanto, el vínculo que une a estas personas es la ley, la norma jurídica, la cual les otorga los mismos derechos. Esta es la idea de nación recogida en el opúsculo de Sieyès ¿Qué es el Tercer Estado?, publicado a principios de 1789, poco antes de que se iniciara en julio la Revolución Francesa. Esta pequeña gran obra tuvo una decisiva influencia en todo el período revolucionario y en el liberalismo posterior. 
Allí se configuró por primera vez la idea de nación de ciudadanos, cada uno de ellos con iguales derechos a los demás, integrantes de un pueblo dotado de soberanía en el que reside el poder originario y supremo, el poder constituyente. Antes los individuos eran súbditos y la soberanía residía en el rey, tras la revolución los súbditos ya son ciudadanos y en ellos reside la soberanía. El cambio era, obviamente, revolucionario. La Constitución de Estados Unidos de 1787 se fundó en idéntico principio: la soberanía indivisible del pueblo formado por ciudadanos libres e iguales. 
De muy distinta naturaleza es la nación en sentido identitario. En ese supuesto, el vínculo que une a la nación no es la ley igual para todos sino el sentimiento de pertenencia a una misma comunidad experimentado por un conjunto de personas que creen compartir ciertos rasgos comunes que afectan de forma determinante a su personalidad. Estos rasgos comunes, más o menos objetivos, pueden ser de diverso tipo: lengua, religión, raza, pasado histórico común, tradición, costumbres, entre otros. Tales rasgos comunes son los que propician sentimientos subjetivos de pertenencia, los cuales dan lugar a una corriente de solidaridad y afecto mutuo que les impulsa a pensar que forman parte de una sociedad radicalmente diferenciada respecto a las de su entorno. 
Así, para el nacionalismo que deriva de Herder (y de Fichte, Schelling, Scheler o Savigny, entre otros) una concreta sociedad puede ser considerada como nación debido a estos rasgos específicos. Las naciones no son, así pues, un conjunto de individuos singulares sino comunidades vertebradas en torno a todos o algunos de los rasgos comunes antes dichos. Cuando se dice que «Cataluña es una nación» se utiliza nación en este sentido, no en el sentido político. La perspectiva desde la que se expresa esta afirmación es ideológico, no jurídico.
En definitiva, las personas libres e iguales en derechos no son quienes dan carácter a una nación identitaria  sino que —por el contrario y a la inversa— es la nación quien determina la identidad de los individuos. La nación identitaria es algo natural y permanente mientras que el Estado es un ente artificioso, meramente político y jurídico, cambiante, falso, sin sustancia propia. 
Este concepto de nación identitaria ha sido puesto en cuestión porque no se corresponde con la realidad de hoy, donde las sociedades son heterogéneas, multilingües, culturalmente plurales, con costumbres nuevas no heredadas de la tradición de un pasado. Hoy la identidad no es nacional, es decir colectiva, sino que la identidad es individual, cada uno tiene la suya. 
De ahí el peligro antidemocrático y antiliberal de que el nacionalismo identitario se configure como una ideología que debe ser compartida obligatoriamente por todos ciudadanos, deba ser transversal a todos los partidos, se convierta en una ideología única que deba acatarse si una persona no quiere ser apartado de la nación, rechazada como miembro de la comunidad.
Sin embargo, este nacionalismo identitario no es forzosamente incompatible con un Estado democrático de derecho. Esto sucede sólo cuando alcanza ciertas posiciones integristas: primera, considerar que toda nación identitaria es titular del derecho de autodeterminación, es decir, a constituirse en Estado independiente; y segunda, considerar que la identidad nacional determina o condiciona la identidad individual. 
La primera consecuencia no se ajusta a los principios de un Estado democrático constitucional porque el territorio de un Estado debe estar delimitado por las correspondientes leyes o tratados y no por unas supuestas fronteras derivadas de una acepción, tan imprecisa, discutible y subjetiva, como es la de nación identitaria. El derecho a la autodeterminación de los pueblos no es reconocido por los tratados de la ONU para las naciones identitarias sino únicamente para los territorios coloniales u otros discriminados de forma semejante por razones de desigualdad de derechos. 
La segunda consecuencia tampoco se ajusta a los principios de un Estado democrático constitucional porque presupone que la identidad nacional —un brumoso concepto que impone una determinada manera de ser, de pensar y de comportarse— es un límite, implícito y no escrito en las leyes, a la libertad individual. 
En un Estado democrático de derecho, la libertad de las personas sólo puede estar limitada por las leyes vigentes. Aquello que debe asegurar una Constitución democrática, mediante sus instituciones políticas, son los derechos y libertades de los ciudadanos. En ningún caso la Constitución puede limitar estos derechos mediante un deber de lealtad a una identidad nacional que es, simplemente, una construcción ideológica, legítima como opinión pero inaceptable como límite jurídico al contenido de los derechos fundamentales. Se puede ser nacionalista identitario dentro del derecho individual a la libertad ideológica, pero no se puede imponer esta ideología desde el Estado precisamente por contravenir esta razón.
Por tanto, la ideología nacionalista, en cuanto pretende establecer límites no reconocidos en la Constitución a determinadas libertades y trata de imponerse como ideología obligatoria para todos los ciudadanos, no respeta ni las leyes que garantizan determinados derechos ni el pluralismo que es un valor fundamental de todo Estado democrático. 
El nacionalismo que deriva de la idea de nación política, en el sentido que ya le dio Sieyès, no es contrario a la libertad ni a la igualdad entre ciudadanos sino, precisamente, consecuencia de estos valores democráticos, tal como están formulados en nuestra Constitución. La nación es el pueblo, el conjunto de ciudadanos. De una oscura y manipulable identidad nacional colectiva e identitaria pasamos a las identidades singulares de cada persona que ejercen sus derechos, como ciudadanos libres e iguales, con sentido de solidaridad, de acuerdo con las reglas jurídicas que ellos mismos han aprobado. Es la democracia constitucional y parlamentaria. 
Si ustedes quieren, cumplir con estas reglas jurídicas es propio de un nacionalista (o patriota) constitucional, equivalente a ser un «no nacionalista».

Véase también Nación, Patria-Patriotismo, Ciudadano-Patriotismo constitucional, Identidad, Liberalismo, Fascismo, Dependencia-Independencia-Emancipación-Liberación, 1714, España, Afinidad

Nacionalismo alemán > Alemania

Nacionalismo americano > América

Nacionalismo andaluz > Nacionalismo

Nacionalismo británico > Revolución inglesa

Nacionalismo catalán > Nacionalismo

Nacionalismo español > Nacionalismo

Nacionalismo estadounidense > América

Nacionalismo francés > Revolución francesa

Nacionalismo gallego > Nacionalismo

Nacionalismo inglés > Revolución inglesa

Nacionalismo italiano > Italia

Nacionalismo judío > Pueblo judío

Nacionalismo ruso > Euroasiático

Nacionalismo vasco > Nacionalismo